En Profundidad. La guerra de Estados Unidos en Afganistán

Agosto-Septiembre de 2021

 

INDICE

1. ¿Quién ganó la "Guerra contra el terrorismo"?

2. El catastrófico éxito de Osama bin Laden

3. Ellos y Nosotros

4. Una doctrina lo suficientemente buena

5. La resistencia es inútil

6. Del 11 de septiembre de 2001 al 6 de enero de 2021

7. Los costos de la guerra contra el terrorismo en Afganistán

 

 

1. ¿Quién ganó la "Guerra contra el terrorismo"?

A lo largo de las últimas dos décadas, la política exterior de los Estados Unidos estuvo fuertemente marcada por la campaña militar que comenzó después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, también conocida como la "Guerra contra el terrorismo". En palabras de Osama bin Laden, el líder de Al Qaeda, los aviones comerciales que atentaron contra el World Trade Center en Nueva York y el Pentágono en Washington DC tenían la intención de "destruir el mito de la invencibilidad estadounidense". Sin embargo, el contraataque de Estados Unidos, movilizado por el deseo del presidente George W. Bush de mantener la seguridad de su país, fue imprevisto y sorpresivo. En ese entonces, las fuerzas militares norteamericanas desplegaron la Operación Libertad Duradera (Operation Enduring Freedom) para derrocar al gobierno talibán, reconstruir lo que consideraban que era un Estado fallido y establecer una democracia al estilo occidental. Luego de casi 20 años de guerra, el 12 de septiembre del pasado año, se iniciaron en Doha (Qatar) las conversaciones de paz intra-afganas entre el gobierno afgano y los talibanes. Dos meses más tarde, y con el deseo de poner fin a las "guerras eternas", Trump anunció la decisión de retirar las tropas estadounidenses de Afganistán tras el estancamiento de las negociaciones. No obstante, fue recién en abril del corriente año que el nuevo presidente norteamericano, Joe Biden, anunció un plan para retirar las tropas restantes antes del 11 de septiembre. El fin de la presencia militar estadounidense y la debilidad del gobierno afgano allanaron el camino para que los talibanes tomaran la capital, Kabul, y se apoderaran en pocas horas del palacio presidencial. A pesar de los resultados, Biden reafirmó su decisión y defendió la retirada, por lo que el ejército de su país abandonó Afganistán antes de lo previsto, el 30 de agosto de 2021 (Council on Foreign Relations). En palabras de David Zucchino (The New York Times), "se trata de una misión de combate que ha perseguido a cuatro presidentes, que significó múltiples bajas estadounidenses, enfrentamientos con un enemigo despiadado y tratos con un socio gubernamental afgano que solía ser corrupto y confuso, así como a un aliado nominal, Pakistán, que abastecía y apoyaba a los talibanes".

Según Elliot Ackerman (Foreign Affairs), "si el objetivo de la guerra global contra el terrorismo era prevenir actos de terrorismo, particularmente en los Estados Unidos, entonces la guerra ha tenido éxito". Sin embargo, surgen ciertos interrogantes en torno a la idea del triunfo estadounidense, en tanto los costos de la guerra han sido extremadamente altos. Entonces, ¿es correcto sugerir que Estados Unidos ganó la guerra? Y en caso de que la respuesta fuese afirmativa, ¿qué significa dicho triunfo?

 

2. El catastrófico éxito de Osama bin Laden

El 11 de septiembre marcó un punto de inflexión en la historia de Estados Unidos y de la comunidad internacional, afirma la politóloga Nelly Lahoud (Foreign Affairs). Ese día, Estados Unidos sufrió el ataque extranjero terrorista más devastador en su historia. Para Al Qaeda, sin embargo, no fue solo un mero acto de terrorismo. Para ellos, representó algo mucho más grande: el inicio de una campaña de violencia revolucionaria que marcaría el comienzo de una nueva era histórica. No obstante, aunque bin Laden se inspiró en la religión, sus objetivos eran más bien geopolíticos: la misión de Al Qaeda era socavar el orden mundial contemporáneo y recrear el modelo político de la umma, la comunidad de musulmanes que alguna vez estuvo unida por una autoridad política común. Bin Laden creía que podía lograr este objetivo dando un "golpe decisivo" que obligaría a Estados Unidos a retirar sus fuerzas militares de los Estados de mayoría musulmana, permitiendo así a los yihadistas luchar contra los regímenes autocráticos. Sin embargo, el ataque del 11 de septiembre, sostiene Lahoud, representó un grave error de cálculo, ya que bin Laden nunca anticipó que Estados Unidos iría a la guerra en respuesta al golpe de Al Qaeda. De hecho, el líder terrorista predijo que, a raíz del ataque, el pueblo estadounidense tomaría las calles, replicando las protestas contra la guerra de Vietnam, y pediría al gobierno que se retirara de los países de mayoría musulmana. Contrariamente, los estadounidenses apoyaron a George W. Bush y su "guerra contra el terrorismo", y cuando la coalición liderada por Estados Unidos invadió Afganistán en 2001 para perseguir a Al Qaeda y derrocar al régimen talibán (que había albergado al grupo terrorista desde 1996), bin Laden no tenía ningún plan para asegurar la supervivencia de su organización. Según la autora, el 11S resultó ser una victoria pírrica para Al Qaeda, ya que el grupo terrorista quedó completamente fragmentado inmediatamente después del colapso del régimen talibán, y la mayoría de sus principales líderes fueron asesinados o capturados.

La cosmovisión de bin Laden y el pensamiento detrás del ataque del 11S quedaron al descubierto en las comunicaciones internas que se recuperaron en mayo de 2011, cuando las fuerzas estadounidenses asesinaron al líder de Al Qaeda en la ciudad paquistaní de Abbottabad. Según el análisis elaborado por Lahoud, las cartas recuperadas dan a conocer la inestabilidad de Al Qaeda y su dificultad para lidiar con los demás grupos extremistas que operaban en la región. Por su parte, el sucesor de bin Laden, Ayman al-Zawahiri, se sentía más preocupado por deslegitimar al Estado Islámico (o ISIS) –el grupo yihadista que finalmente eclipsaría a Al Qaeda– que por movilizar a los musulmanes contra la hegemonía estadounidense. Aún así, concluye la autora, es imposible mirar hacia atrás en las últimas dos décadas y no sorprenderse por la manera en que un grupo de extremistas liderados por un forajido carismático logró influir en la política global. Bin Laden cambió el mundo, pero no de la forma que él quería.

 

3. Ellos y Nosotros

Ningún acontecimiento del siglo XXI ha moldeado tanto a Estados Unidos y su papel en el mundo como los atentados del 11 de septiembre. Según Ben Rhodes (Foreign Affairs), el 11S representa el comienzo del proyecto más grande del período de hegemonía estadounidense que comenzó luego de la Guerra Fría: la "Guerra contra el terrorismo". Este proyecto redefinió completamente la política interior y exterior de un país que, tras la Guerra Fría, necesitaba recuperar su identidad y el sentido de un propósito unificador que alguna vez había orientado sus políticas. Así, el terrorismo se convirtió en un tema prioritario en casi todas las relaciones bilaterales y multilaterales de Washington. Sin embargo, después de 20 años –afirma el autor–, Biden está tomando medidas para llevar al país a un nuevo período de la historia: la era posterior al 11S. En este sentido, Rhodes destaca que tanto en su primer discurso frente al Congreso como en su discurso en la cumbre del G-7, Biden reemplazó el terrorismo por otros desafíos como erradicar la pandemia, combatir el cambio climático, revitalizar la democracia y preparar a los Estados Unidos y sus aliados para una competencia duradera con China. No obstante, la infraestructura del proyecto iniciado por George W. Bush aún está demasiado arraigada en la sociedad y en las instituciones estadounidenses, y sus prerrogativas continúan influyendo en la organización del gobierno de los Estados Unidos. Por lo tanto, Rhodes sostiene que Biden deberá reconfigurar o desmantelar la estructura creada luego del 11S y cambiar la mentalidad de securitización que ha fomentado el autoritarismo en el país y en el extranjero. En efecto, Estados Unidos no podrá poner fin a las guerras interminables ("forever wars") si sus políticas están diseñadas para combatirlas. De acuerdo al autor, una forma de redefinir el propósito de Estados Unidos en el mundo –y remodelar su identidad– sería centrarse en la competencia con China, la principal preocupación en la política estadounidense que evoca un amplio acuerdo bipartidista. Irónicamente, el ascenso de China en la escena internacional se aceleró después del 11S, ya que Estados Unidos estaba muy a menudo consumido por su enfoque en el terrorismo y la región de Medio Oriente. En términos de influencia geopolítica, agrega Rhodes, el Partido Comunista Chino ha sido el mayor beneficiario de la guerra contra el terrorismo. Sin embargo, desde el punto de vista del autor, definir el propósito de Estados Unidos en el mundo y la identidad estadounidense a través de una nueva construcción de "Nosotros vs. Ellos" corre el riesgo de repetir algunos de los peores errores de la guerra contra el terrorismo. Por lo tanto, la era posterior al 11S no debería definirse por un enfrentamiento con el próximo enemigo en la fila, sino más bien por la revitalización de la democracia como base de la política de seguridad nacional y política exterior de los Estados Unidos. La escala de los costos de las guerras que se iniciaron luego del 11S sugiere que el país necesita una corrección estructural, no simplemente un cambio de rumbo.

 

4. Una doctrina lo suficientemente buena

Según expone Daniel Byman (Foreign Affairs), a veinte años de los ataques del 11 de septiembre, Estados Unidos ha logrado desarrollar una política de contraterrorismo que, a pesar de no haber erradicado el terrorismo, ha resultado ser lo suficientemente eficaz para mantenerlo bajo control. De acuerdo con el autor, ciertas medidas tomadas por los sucesivos gobiernos estadounidenses han demostrado ser efectivas frente a esta situación. En primer lugar, Byman explica que se ha logrado reducir el número de "santuarios seguros" donde los integrantes de grupos terroristas pueden encontrar asilo y se ha conseguido un mayor control sobre el uso de las redes sociales dificultando que organizaciones como Al Qaeda e ISIS puedan utilizarlas para reclutar miembros y difundir propagandas. En segundo lugar, considera que Estados Unidos ha logrado posicionarse como líder de la campaña de inteligencia global contra grupos terroristas compartiendo información y brindando apoyo a diferentes países en la lucha contra el terrorismo. En cuanto a la política interna, el autor encuentra que el apoyo de las comunidades musulmanas en el país y el refuerzo de las fronteras y de las fuerzas de seguridad han dificultado que los terroristas lleguen a Estados Unidos. Según su punto de vista, todas estas medidas han logrado mantener a los grupos extremistas debilitados y alejados del suelo estadounidense, ya que el temor a los ataques con drones y la existencia de sistemas de vigilancia más sofisticados dificultan que estos se reúnan o se contacten para planificar ataques a gran escala contra ese país. Sin embargo, Byman también afirma que la política de contraterrorismo ha fracasado en varios aspectos importantes. Una falla notable es que Washington no ha logrado ganarse el apoyo del mundo musulmán, que todavía tiene una visión negativa sobre los Estados Unidos. El autor expone, además, que las insurgencias relacionadas con los grupos yihadistas siguen en aumento y los esfuerzos por mejorar la situación de ciertos Estados que también se enfrentan a grupos extremistas –como Egipto y Pakistán– no han resultado ser del todo eficaces. En el plano interno, explica que los políticos siguen usando el terror como táctica para imponer ciertas ideas o agendas, lo que ha provocado que muchos estadounidenses vean a las comunidades islámicas del país como una amenaza a su seguridad -aunque la participación de los musulmanes estadounidenses en actividades terroristas sea baja. A modo de conclusión, Byman argumenta que 20 años después del 11S, la política antiterrorista estadounidense está estancada, aunque esto no necesariamente significa algo negativo. Según el autor, aunque es imposible eliminar la amenaza que estos grupos extremistas representan, la combinación de cooperación en inteligencia, la presión militar y una mejor política de seguridad nacional han evitado nuevos atentados en Estados Unidos y mantienen a las organizaciones terroristas más débiles y menos letales. Para Byman, Washington ahora necesita promover mejores relaciones con la comunidad musulmana estadounidense ya que el miedo público puede atraer el apoyo a programas de seguridad y defensa, pero también facilita que los terroristas llamen la atención y siembren el pánico.

 

5. La resistencia es inútil

En su artículo, Thomas Hegghammer (Foreign Affairs) elabora un análisis del auge y declive de dos de las agrupaciones terroristas yihadistas más relevantes de los últimos tiempos, Al Qaeda y el Estado Islámico (ISIS). El autor argumenta que las capacidades estatales, entendidas como recursos que se invierten en los servicios de inteligencia, son la clave para entender el declive de la fuerza de los grupos terroristas. Se toman como casos de estudio a los Estados Unidos y Europa, ambos ricos en recursos y víctimas de atentados de mediana y gran escala. Siguiendo el análisis del autor, el ciclo de vida de una organización terrorista inicia con el surgimiento de la misma en una zona de conflicto. Luego, consiguen sorprender a la comunidad internacional con una ofensiva transnacional, para ser finalmente derrotadas mediante operativos de contraterrorismo. Según Hegghammer, la capacidad de un Estado para vencer a estos grupos depende de los recursos de los cuales disponga y sus servicios de inteligencia para recolectar información. Además, agrega que una célula terrorista cuenta con la ventaja del anonimato, ya que la incapacidad de las fuerzas públicas de identificar al terrorista imposibilita la toma de contramedidas. Si una célula u organización es descubierta e identificada, su capacidad de generar daño se reduce. Las medidas contraterroristas, por lo tanto, dependerán de las capacidades de los servicios de inteligencia para identificar a las agrupaciones y limitar su capacidad de reclutar nuevos miembros y detener atentados antes de ser ejecutados. Hegghammer sostiene que, en la actualidad,  los sistemas de inteligencia se han vuelto tan sofisticados y poderosos que es imposible navegar en internet sin dejar algún rastro. Ahora bien, el autor también afirma que los grupos extremistas cuentan con ventajas difíciles de contrarrestar. En primer lugar, al ser el terrorismo yihadista un movimiento transnacional, las capacidades estatales se ven disminuidas mas allá de sus fronteras. Además, la cultura del sacrificio en el yihadismo permite a sus reclutas combatir sin evaluar los costos de sus maniobras. El autor concluye que una "tercera ola" de terrorismo yihadista es posible pero improbable, ya que actualmente la seguridad estatal es sumamente fuerte tanto en Estados Unidos como en Europa. Por último, Hegghammer sostiene que son los Estados con mayores recursos quienes podrán repeler eficazmente la violencia yihadista. En este sentido, las capacidades estatales para invertir en sus servicios de inteligencia serán la clave para neutralizar a los grupos terroristas insurgentes.

 

6. Del 11 de septiembre de 2001 al 6 de enero de 2021

Desde los atentados de 2001, Estados Unidos lideró una guerra contra el terrorismo que, como señala Cynthia Miller-Idriss (Foreign Affairs), exacerbó las ideas de extrema derecha. El giro casi completo de la atención de la inteligencia, la seguridad y la aplicación de la ley a la amenaza islamista permitió el crecimiento de esta ideología no solo en Estados Unidos, sino también en numerosos países de Europa y Oceanía. Al respecto, la autora menciona que la respuesta mundial a lo sucedido aquel 11 de septiembre fue desproporcionada, tal fue así que cegó a los responsables políticos, a los funcionarios de seguridad y al público en general ante el crecimiento del extremismo de derecha. Las ideas radicales, tales como el supremacismo blanco, el libertarismo violento contra el gobierno o el extremismo cristiano nacionalista, han sido ignoradas. La comunidad internacional, por su parte, ha catalogado a estos fenómenos como asuntos internos de los países y los ha percibido como incidentes marginales, descartando así el evidente carácter global de la situación. Hoy en día, asegura Miller-Idriss, el terrorismo yihadista tiene menos víctimas fatales en las sociedades occidentales que los ataques terroristas de derecha.

Según el análisis de la autora, en 2001 comenzó el despliegue de una fuerte propaganda antimusulmana y diversas teorías conspirativas que han sido tomadas como base para ejercer distintos métodos de discriminación frente a las comunidades musulmanas, las cuales fueron erróneamente percibidas como terroristas. Asimismo, Miller-Idriss explica que la guerra global contra el terrorismo condujo a acciones militares en todo Medio Oriente que desencadenaron una crisis migratoria sin precedentes. Esto agitó la conspiración xenófoba en Eurabia, en donde se afirmaba que los musulmanes estaban orquestando el reemplazo de los europeos blancos a través de la inmigración y el aumento de las tasas de natalidad. Ante la oleada migratoria, la derecha reaccionaria respondió con marchas antimusulmanas y cientos de ataques contra refugiados y solicitantes de asilo.  Sin embargo, en 2019, las muertes por terrorismo a nivel mundial disminuyeron por quinto año consecutivo. A pesar de ello, en América del Norte, Europa occidental, Australia y Nueva Zelanda, este tipo de ataques aumentaron en un 709 por ciento a causa de un aumento del 250 por ciento de los ataques de extrema derecha. Como conclusión, la autora señala que esta escalada de violencia ha llamado la atención de varios miembros de la comunidad internacional –como el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, los parlamentos nacionales, las fuerzas armadas y agencias de seguridad– que han comenzado a darle lugar a las políticas y las agendas que combaten específicamente la radicalización ideológica.

 

7. Los costos de la guerra contra el terrorismo en Afganistán

Elliot Ackerman (Foreign Affairs), ex marine, ex oficial paramilitar de la CIA y ex White House Fellow durante la administración Obama, se pregunta en su artículo si puede Estados Unidos considerarse victorioso al haber perdido en Irak y en Afganistán. En el caso de la guerra contra el terrorismo en Afganistán, el modelo económico en el cual esta se sostuvo estuvo basado en cuerpos militares voluntarios y pagado a través de un enorme déficit fiscal. Además, esta guerra tuvo como consecuencia una segregación de los militares de la población estadounidense, lo que en última instancia representa un peligro para el bienestar de la democracia y la seguridad nacional, si se tiene en cuenta otras experiencias históricas a nivel mundial. En cuanto sus objetivos, la particularidad de la guerra contra el terrorismo, sostiene Ackerman, demuestra que desde sus inicios no buscó un resultado positivo –como puede ser alcanzar la victoria luego de ganar la capital enemiga o destruir al adversario–. Su objetivo fue, en cambio, prevenir un resultado negativo: detener el terrorismo, el cual en último término se alcanzaría con el simple hecho de que nada ocurra. El autor, por lo tanto, se pregunta cómo se puede declarar la victoria en este caso. En adición, la guerra contra el terrorismo también se puede medir bajo la métrica del costo de oportunidad. La pandemia ha revelado las disfunciones políticas de los Estados Unidos, a la vez que ha mostrado la magnitud del problema que genera una división entre los militares y los civiles en la sociedad. Desde una perspectiva de seguridad nacional, esta división ha perjudicado la capacidad norteamericana para ver en profundidad lo que ocurría en la arena internacional. Mientras que Estados Unidos se concentraba en la guerra contra el terrorismo, China se ocupaba de construir una estructura militar que pudiera competir contra un rival a la par. Sin embargo, China no es el único que ha expandido sus capacidades. Rusia, Corea del Norte e Irán también han mostrado que pueden ser rivales de talla para un Estados Unidos distraído. Entonces, ¿cuán inminente es una guerra con estos actores? Según el autor, el foco de la estrategia ya se ha movido a un potencial conflicto con China; pero ¿será tarde para reaccionar? Cuatro presidencias han llevado a cabo políticas de inacción que erosionaron la credibilidad norteamericana y su poder disuasorio frente a sus adversarios. Luego de dos décadas, Estados Unidos ha sufrido de fatiga militar. Además, la guerra contra el terrorismo ha modificado tanto la forma en la que Estados Unidos se mira a sí mismo, como la forma en la que es percibido por el resto del mundo. Ackerman concluye su artículo señalando que a diferencia de la guerra en Irak,  los veteranos de la guerra en Afganistán no serán recordados como victoriosos, sino como aquellos que supieron perder la guerra más larga de la historia de los Estados Unidos, una guerra larga y costosa que, a diferencia de Irak, nació a partir de un golpe directo al corazón de la nación estadounidense.

 

Edición: Analía Amarelle y Julia Pérez Maldonado.

Equipo de Redacción: Catalina Marino Aguirre, Santiago D'Agostino, Martino Fabris, Facundo González, Micaela Ruíz Díaz, Milagros Oliden y Magalí Vedoy Granja.

 

 

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