Sudamérica y COVID-19: ¿Otra década perdida?

Por Sofía Iotti, 4 de junio de 2020

El año 2019 estuvo marcado por una ola de protestas masivas en Sudamérica. En Bolivia se produjeron movilizaciones populares por un supuesto intento de fraude de Evo Morales que llevó a su renuncia en medio de denuncias de un golpe de Estado, en Chile el aumento de la tarifa del metro desató protestas violentas lideradas en un principio por estudiantes contra el gobierno, y en Ecuador un paquete de reformas económicas llevó a marchas multitudinarias en las calles. Mientras los detonantes reflejan realidades locales, el creciente descontento no diferenció entre territorios e ideologías. Estas son solo algunas de las situaciones de agitación social que sucedieron a lo largo del año pasado en la región. Las razones por las cuales tales manifestaciones se llevaron a cabo están en su mayoría relacionadas con el descontento popular, la creciente desigualdad social y la desconfianza sobre los gobiernos, entre otros factores. ¿Pueden ser estas manifestaciones el reflejo de una década perdida que ya se vislumbraba a finales de 2019 y que bajo el contexto de la pandemia mundial en 2020 se ve fortalecida?

Desde hace tiempo el desarrollo económico en la región está estancado. Según datos de CEPAL, el crecimiento en el periodo 2014-2019 fue el más bajo desde 1950, de solo un 0,4% en América Latina y el Caribe (1). Lejos está el próspero doble boom que caracterizó el principio de siglo con un flujo de capitales financieros hacia las economías emergentes más altos precios de las commodities. En consecuencia, la irrupción imprevista de la pandemia mundial del COVID-19 golpea a una región sudamericana ya debilitada por su vulnerabilidad macroeconómica de manera devastadora, y acelera las dificultades previas. En adición, recientemente la OMS reveló que América del Sur es el "nuevo epicentro" de la pandemia, con niveles récord de casos en Brasil, seguido por Perú y Chile (2).

Desde el punto de vista macroeconómico, en primer lugar, lo más preocupante se centra en la inminente recesión económica causada por el coronavirus, estimada como una de las peores en la historia reciente. Se espera que la economía se contraiga un 5,2% en Sudamérica este año, acorde al mismo informe de CEPAL (3), y en particular, la caída del comercio internacional podría alcanzar hasta el 10,7% en América Latina en 2020 (4). Asimismo, en un informe conjunto entre la OIT y CEPAL, se calcula que la crisis sanitaria generará más de 11,5 millones de desempleados en la región (5). Las cadenas de valores están desarticuladas, las exportaciones a socios comerciales cayeron y la dinámica de la globalización está en retroceso. Hay una repatriación de las cadenas globales, y en la actualidad evidenciamos un shock de demanda y de oferta profundo. Además, uno de los mayores bloques económicos de la región, el Mercosur, está experimentando graves problemas institucionales. Tal organismo, al igual que las economías sudamericanas, es víctima de un estancamiento profundo, cuya disolución causaría más complicaciones que soluciones.

En segundo lugar, desde el punto de vista político, las respuestas dadas por los diferentes gobiernos de turno en los países son ampliamente diversas y contradictorias, reflejando claros clivajes y divisiones ideológicas. Argentina declara cuarentenas masivas y de restricción estricta de libertades, mientras Brasil experimenta respuestas moderadas lideradas por gobiernos regionales a falta de una estrategia nacional, disparando su nivel de infectados y fallecidos. A su vez, Chile presenta un modelo intermedio con sus idas y vueltas en relación con las medidas de distanciamiento social. La descoordinación y la falta de cooperación podría llevar a múltiples brotes y olas de contagiados en esta región, ya que el virus no reconoce fronteras. Además, los picos de contagios en la mayoría de los países no parecen haber sido alcanzados, por lo que aún se desconoce el impacto final del COVID-19.

En tercer lugar, a raíz de la pandemia las democracias en general están sufriendo reveses y desafíos importantes, ya que la búsqueda de respuestas eficaces a la crisis sanitaria lleva al debilitamiento de estas en el corto plazo con posibles consecuencias para el futuro. La concentración del poder en el Ejecutivo nacional, el avance de los sistemas de vigilancia estatal, la restricción de libertades esenciales y el aumento del rol de los militares, son todas realidades presentes hoy e inimaginables en el pasado, que podrían llevar a un retroceso en los compromisos democráticos alcanzados al interior de estos países.

¿Está la región sudamericana atrapada en un círculo vicioso de períodos cortos de desarrollo y decrecimiento del cual le es imposible escapar? Desde la tercera ola de democratización hasta la actualidad, la falta de crecimiento económico a largo plazo y de manera sostenida es una de las grandes causas estructurales del descontento popular altamente visible el año pasado. Puede que la pandemia global haya calmado las aguas y las protestas masivas no se articulen de manera efectiva por el momento ante el miedo sanitario, pero el hecho de que no haya demostraciones no hace desaparecer lo que las causó en un primer lugar, y no va a impedir que resurjan en un futuro con más fuerza reclamando por los mayores niveles de desigualdad y pobreza producto de esta pandemia.

Sin embargo, también puede aparecer luz al final de túnel. No hay que olvidar que las crisis sistémicas son oportunidades para el cambio y para el rearme, la innovación y la esperanza. Claramente la competencia geopolítica entre China y Estados Unidos se va a reforzar en el futuro y la región sudamericana, entre otras, se va a encontrar en el frente de batalla. La profundización de la estrategia de omnibalanceo puede ser una opción en un mundo marcado por tendencias claras hacia la desglobalización, el nacionalismo y la desintegración a nivel mundial. Pero aún más importante es que la región desarrolle las políticas y las acciones pertinentes para salir fortalecida de la crisis, y por consiguiente logre un posicionamiento favorable en el mundo.

La coordinación y la cooperación regional, por lo tanto, son unas de las primeras iniciativas que deberían ser la regla en la región, ya que más multilateralismo es esencial en estos momentos de crisis, y fundamental para el mundo post-pandémico. Pero además, Sudamérica podría generar estrategias consensuadas en materia política, sanitaria y macroeconómica indispensables para lograr un crecimiento sostenido posterior.

Por un lado, son necesarios liderazgos más competentes que prioricen el compromiso regional ante la ambición política personal de corto plazo, y que por lo tanto logren acordar vías de acción convenientes a través de acuerdos para toda la región en conjunto. La videoconferencia realizada entre los presidentes de Perú, Chile, Colombia y Uruguay junto al secretario general de la OEA el pasado 21 de mayo, sobre los desafíos y acciones que se realizan en Sudamérica para enfrentar al COVID-19 (6), es un gran ejemplo y debería incluir al resto de los mandatarios de la región en las siguientes reuniones. A su vez, mejoras en la conectividad a internet y una mayor digitalización deberían proporcionar avances permanentes y ser los inicios de una modernización para los estados sudamericanos. Por ejemplo, la operacionalización extendida de redes 5G en la región sería una iniciativa oportuna, logrando la extensión de la red a los sectores de la población mas desfavorecidos, principales perdedores en las acciones de confinamiento.

Por el otro, una mayor cooperación en materia sanitaria podría ser lograda generando bases de datos compartidas y foros mutuos especiales con funcionamiento regular en donde exponer las medidas epidemiológicas más efectivas para combatir esta pandemia y los avances científicos logrados. La adquisición de equipamiento médico, tests rápidos y respiradores también podría ser lograda de manera conjunta, desincentivando la competencia por estos recursos y mejores ofertas.

En adición, en materia macroeconómica, la región debería fomentar el comercio internacional como bloque, demostrando así su fortaleza, considerando que si se la toma en conjunto, representa una economía de peso muy relevante a nivel mundial. El Mercosur debería aumentar su incidencia y fomentar acuerdos vinculantes económicos y políticos. En un contexto de retroceso global, la salida regional es más multilateralismo antes que más aislamiento. Por su parte, en el ámbito específico de la deuda externa, los países sudamericanos podrían respaldarse mutuamente en los pedidos y las renegociaciones de deudas, y al mismo tiempo profundizar el uso de fondos regionales para adquirir créditos sostenibles como el BID y el CAF.

El horizonte de una contención y posterior recuperación exitosa después de la pandemia está actualmente lejos, pero debería ser posible y alcanzable si se toman todas las acciones pertinentes para lograrlo. Es una responsabilidad que los dirigentes, la sociedad y los estados en cada país y a nivel regional tienen que asumir para evitar caer en otra década perdida.