Desafíos globales post Covid-19

Por Patricio Carmody, 13 de mayo de 2020

La historia adora los grandes acontecimientos, los eventos memorables. Quizás lo más memorable de la pandemia del Covid-19 en materia de relaciones exteriores, es que será recordada como el momento donde la rivalidad creciente entre EE.UU. y China se convirtió en un abierto enfrentamiento. Esta rivalidad tiende a acelerarse, en una declarada lucha por aumentar sus respectivos poderíos en lo económico, lo político, lo tecnológico y lo sanitario en diversas geografías, mientras la imagen negativa de ambas aumenta a niveles del 70% en la población de su adversario. De estos hechos toma ya nota la Unión Europea, y deberían hacerlo también Argentina y Brasil.

En los EE.UU. la desconfianza hacia China se combina con una cierta inseguridad, debido a la primacía que ésta toma en algunos campos. Esta desconfianza llevará a que se reduzcan los niveles de interdependencia con ella, y que se desplacen a Norteamérica, incluyendo México, eslabones estratégicos de las cadenas de producción que están hoy en Asia. A su vez se acelerará la resistencia a compartir con China tecnología de punta o componentes que puedan facilitar el desarrollo de la misma. Sin embargo, el presidente Trump desea que China cumpla con los nuevos acuerdos comerciales alcanzados. En paralelo se observa una cierta sensación de inseguridad en la élite política de los EE.UU., ante el liderazgo que ha tomado China en temas tecnológicos –5G, supercomputadoras, inteligencia artificial– y ante la probabilidad de que China pueda salir más fortalecido que Occidente de esta crisis sanitaria. Irónicamente, mientras China es acusada por el origen de Covid-19, ésta busca mejorar su imagen cooperando con otros países, mientras que EE.UU. vive la experiencia inédita de no ser el centro natural de las decisiones a nivel global, sino más bien jugar un rol secundario.

Por su lado, China observa con cierta sorpresa la aceleración del proceso que la convierte en uno de los dos polos de poder mundial. A pesar de una considerable pérdida de soft power a causa de su rol en la pandemia, China empieza a abandonar la falsa modestia asociada a su espectacular crecimiento, y a demandar más respeto de parte de Occidente. Pero consciente de que ya no será vista como una imperceptible amenaza por parte de EE.UU. y Europa, y que esto pone en riesgo sus exportaciones, buscará profundizar sus relaciones con Rusia, África y Latinoamérica.

Si antes de este abierto enfrentamiento entre EE.UU. y China, Europa podía contemplar conducir simultáneamente tanto una estrategia transatlántica como una euroasiática, probablemente deba ahora rebalancear esta ecuación, para depender estratégicamente menos de China. Es probable que exista una mayor coordinación entre Bruselas y Washington para limitar la proyección china, y que la UE procure profundizar sus relaciones con Japón e India para contener al gigante asiático, a quien comienza a considerar como un rival sistémico. La menor dependencia de China se manifestará seguramente en lo económico comercial, donde hasta Emmanuel Macron ya ha mencionado que el nivel actual de on-shoring es insostenible, y que hay que recuperar la soberanía industrial. Por su parte, Phil Hogan, el comisionado de comercio europeo, ha dicho que autonomía estratégica no es lo mismo que autosuficiencia, pero que hay que hacer al sistema de cadenas de producción menos dependiente de "una sola entidad geográfica", en clara alusión a China. Por último, la UE seguramente sea más restrictiva para compartir tecnología de punta con China en varios sectores, incluyendo el biológico. Pues ha sido Francia, con la autorización del expresidente Chirac y su primer ministro Raffarin, que autorizó la construcción del ahora famoso laboratorio de alta seguridad en Wuhan, con tecnología francesa.

En el contexto de la rivalidad entre EE.UU. y China, Brasil parece, según el expresidente Fernando Henrique Cardoso, haber perdido el rumbo de su política exterior, sacrificando grados de autonomía al alinearse prematuramente con los EE.UU., sin saber cómo se va a desarrollar la confrontación con China. Así, el gobierno de Bolsonaro ha llegado a ofender a China, su principal destino exportador. A su vez, Brasil ha ido perdiendo prestigio intenacional por su forma de encarar ciertos temas climáticos, de derechos humanos, y más recientemente la crisis del Covid-19. También se ha alejado de sus vecinos sin comprender, según Cardoso, que su rol en el mundo se potencia significativamente cuando logra el apoyo de Sudamérica. En lo económico, las élites brasileñas perciben a la globalización –aunque hoy esté en modo cuarentena– como un dato de la realidad que hay que saber aprovechar, y consideran hoy que el país solo se desarrollará si se libera en materia comercial. De ahí la importancia que se le da a las negociaciones del Mercosur con otros bloques y países, aunque estos también estén hoy en modo cuarentena. Brasil se considera una superpotencia agropecuaria, solo comparable a EE.UU., y que posee una gran capacidad financiera como para emprender ambiciosas iniciativas. Estas incluyen aumentar considerablemente la competitividad de sus industrias mediante la reducción de los costos laborales, impositivos y financieros.

La lejanía de la Argentina con respecto a ambas potencias en pugna, le da, como en el caso del coronavirus, más tiempo para reaccionar. Es probable que ante este enfrenamiento abierto, se reduzcan nuestros márgenes de maniobra, y que EE.UU. exija mayores definiciones. Pero perder la actual relación con China no tiene sentido estratégico. Por ello, en lo político, habrá que actuar con gran prudencia, minimizando y controlando riesgos.

Ante los desafíos que representan el enfrentamiento EE.UU-China y la post-pandemia del Covid-19, el proclamado y ansiado objetivo de construir un mundo mejor será muy difícil de alcanzar. Para lograrlo, se dependerá en gran medida de la calidad de los liderazgos a nivel global. El mismo concepto aplica para la Argentina.