Líbano. El rebrote de la violencia en el paraíso de los Cedros, entre el COVID-19 y el crack financiero

Por Karen Marón (*), 17 de mayo de 2020

"Estamos profundamente preocupados por el rebrote de la violencia que ha surgido en el Líbano, llevándose la vida de un manifestante y dejando decenas de civiles y agentes de las fuerzas de seguridad heridos, así como causando importantes daños y la destrucción de propiedades públicas y privadas". Estas fueron las declaraciones de Rupert Colville, el portavoz del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, tras los disturbios registrados en los últimos días en la ciudad de Trípoli, escenario de una ola de demandas por el empeoramiento de la situación económica.

Colville, se refiere a la muerte de Fawaz Fouad de 26 años, tras recibir un disparo durante una protesta en la norteña ciudad de Trípoli y cuyo cuerpo fue despedido en la plaza Al Nur, epicentro de las protestas.

Trípolí –ubicada a 85 kilómetros de Beirut, capital del país, y llamada por los árabes como Tarabulus– domina el norte con sus bulliciosos mercados medievales, un sinfín de antiguos edificios, arquitectura mameluca y el concurrido puerto de Al–Mina.

En alguna oportunidad se planteó convertir esta ciudad en capital –siendo la segunda más grande del país– pero ha sido histórica, política y económicamente marginada: con la independencia del país se rompió la unión aduanera sirio-libanesa en 1943, perdiendo esta urbe su mayor aliado comercial y cayendo en declive, siendo este uno de los motivos que sumerge al 60% de sus habitantes en la pobreza. Al mismo tiempo la propaganda de ser –desde hace unos años– "la ciudad yihadista del Líbano", como la ha denominado un diario español, solo ha contribuido a su segregación.

Aunque desde octubre pasado miles de personas salieron a las calles para denunciar la situación económica, social y política del país, como así también la corrupción de los diversos partidos políticos en el poder durante décadas, la revuelta actual parece marcar una evolución hacia una forma de radicalismo.

Las banderas y carteles con consignas elaboradas fueron omnipresentes en las manifestaciones con la abrumadora presencia de familias con niños, pero ha mutado a una marcada participación de jóvenes, hombres y mujeres, que exhibieron un inusual grado de violencia donde arrojaron distintos tipos de elementos entre los que convivían las piedras con los cócteles molotov y los palos de madera con los gases lacrimógenos, entre otras armas improvisadas. Por otro lado, las Fuerzas Armadas Libanesas se encuentran bajo la escrutadora lupa de una investigación, tendiente a determinar la existencia de violaciones en la proporcionalidad que debe existir en el uso de la fuerza.

La golpeada economía debe enfrentar una disparada de los precios en un 55%, luego de dos semanas de caída de la libra libanesa, relegando a casi la mitad de los 6 millones de ciudadanos bajo el umbral de la pobreza, en la que fuera considerada la París de Medio Oriente, comparándose con Suiza por su belleza, sus valles y su libertad bancaria. La prosperidad que la identificó en las décadas de los sesenta y setenta –lejos de guerras y golpes de Estado que caracterizaron a los países de la región– duró hasta 1975. Fueron quince años hasta 1990, donde el Estado estuvo a punto de desaparecer al quedar dividido en varios cantones y su capital desgarrada en un sector cristiano y otro musulmán.

La historia de este país se remonta a 7 mil años atrás con los fenicios –inventores del alfabeto y expertos navegantes– considerados el paradigma de los negocios, que sentaron las bases de un pueblo que desde su fundación se nutrió a través del comercio e intercambio de bienes, con las diferentes culturas y civilizaciones del mundo conocido. Paradójicamente hoy se encuentra atravesando una difícil situación económica con el anuncio de la propuesta de default por parte del gobierno, exigentes medidas de la plaza bancaria, restringiendo extracciones, transferencias de divisas y la imperiosa necesidad de un plan de rescate económico, sobre el cual se basará para negociar con acreedores de una deuda externa, superior a los 90 mil millones de dólares.

Además de la debilidad de la libra libanesa, el país está sumergido en el sobreendeudamiento, que consume el 40% del gasto gubernamental, la dependencia financiera de los Estados del Golfo, las restricciones en el suministro de energía, los problemas en la asistencia sanitaria, las infraestructuras y la convicción de muchos jóvenes libaneses de sentirse cada vez más rehenes de un Estado corrupto. Las crisis en el Líbano han existido durante décadas, sin embargo, su constante y desmedido incremento ha originado que las divisiones sociales dentro del país se hayan vuelto cada vez mayores.

Es así como el primer ministro libanés, Hassan Diab, respaldó la decisión de los manifestantes de volver a las calles en medio de la pandemia del COVID-19, pero advirtió que no sigan "jugando con fuego" –después de las actuales protestas por la depreciación de la moneda local que desembocaron en choques con el Ejército– en un país donde se registran casi un millar de contagios y una treintena de muertes.

Por ello, Diab rechazó todo tipo de violencia y advirtió que el ataque de "intrusos", contra miembros del Ejército en Trípoli, indicarían que existen "intenciones maliciosas para sacudir la estabilidad y seguridad" del país. Es que Líbano ha sido un laboratorio abierto de revoluciones, sobre todo para los palestinos, para países vecinos como Siria e Irak, pero nunca ha podido engendrar su propia rebelión. El obstáculo es el sistema confesional, basado sobre dieciocho comunidades religiosas diferentes que, por un lado, ha hecho del comunitarismo un estilo de vida y por otro lado, fomentan identidades a veces "asesinas", en acertada expresión del escritor franco-libanés Amin Maalouf, al entorpecer el espíritu colectivo nacional.

 

Una cuarentena que se extiende ante la protesta social

Inmerso en el COVID-19 –el primer caso de contagio es una libanesa que llegó a Beirut desde la ciudad sagrada de Qom en Irán, epicentro de la pandemia en el Gran Medio Oriente– el presidente libanés, general Michel Aoun, extendió la cuarentena hasta el 24 de mayo, tras una recomendación del Consejo Supremo de Defensa, días antes de la entrada del país en default.

Aunque la evaluación general es buena, si los ciudadanos no cumplen con las restricciones y se recrudecen las protestas, se alega un temor sustancial a una segunda ola de contagios.

Con más del 80% del sistema sanitario perteneciente al sector privado y solo un hospital público, no se cuenta con los medios adecuados para tratar a las víctimas del coronavirus, cuando las plazas disponibles apenas llegan a las 200.

Con una política de salud pública inexistente, deficiencias en los sistemas de protección social, el peligro de aumento de contagiados y el confinamiento, se profundiza una pobreza inaudita, que se empeoró con el establecimiento a mediados de marzo de "la contención nacional para tratar con COVID-19". El ministro de Asuntos Sociales, Ramzi Moucharafieh, estima que el 75% de la población necesita ayuda en un país de alrededor de 6 millones de personas, donde la gente retomó las calles libanesas para expresar su hartazgo ante la caída libre de la economía del país y el primer default de su historia.

El modelo de burbuja de créditos ilimitados y consumo sin producción no podía seguir hasta el infinito.

Cuando con la llegada de la pandemia del COVID-19 disminuyeron considerablemente las protestas, el banco central libanés aprovechó para volver a los juegos enquistados en los poderes del Estado, como manipular los precios de cambio, haciendo que la gente pierda considerablemente parte sus ahorros.

Ya en el 2018, Líbano recibió el informe de la agencia McKinsey & Company con sugerencias para salir de la crisis económica. El informe recomendó tomar medidas para que haya pequeños negocios en la industria y servir a las grandes cadenas de valor. Lo más llamativo es que la agencia aconsejaba seriamente tomar medidas contra la corrupción.

Una corrupción que se basa en un sistema libanés particular, porque el poder no está concentrado en manos de un dirigente, sino en una clase política representada en el Parlamento y en el Gobierno que administra la cosa pública a través de pactos, componendas o "soluciones a la libanesa", según sus respectivos intereses.

 

Entre refugiados, terroristas y vecinos a la ofensiva

Pero esta crisis no surge espontáneamente, siempre subyacen factores de larga data y algunos hechos las profundizan aún más. Cabe recordar que Líbano –con una superficie de 10.450 km²– es uno de los países que ha recibido más refugiados desde los inicios del conflicto en Siria en 2011 y que estos refugiados se encuentran entre los sectores más vulnerables y expuestos al virus, pero también a la miseria que aumenta el riesgo de contaminación y síntomas graves. El gobierno y la sociedad libanesa han pedido ayuda a una comunidad internacional casi insensible al drama de los refugiados y se hundió aún más en la crisis.

Pero esta joya de Medio Oriente –además de la corrupción interna y la debacle económica– se ha visto amenazada de forma colateral durante los últimos nueve años por el conflicto en la vecina Siria y en un ciclo constante donde dirimen, desde hace decenios, conflictos que no le son propios.

Además de la crisis humanitaria que implica sostener a 2 millones de refugiados sirios en todos los aspectos humanos, viven en su territorio 175 mil refugiados palestinos –asentados en esta tierra tras haber sido expulsados de la propia en 1948– existiendo además una amenaza permanente de grupos terroristas, como sucede con el Frente Al Nusra y el DAESH, expulsados masivamente del país en la denominada Batalla de Arsal de 2017.

Por otra parte, la influencia de Arabia Saudita e Irán y su histórica rivalidad amenazan con desestabilizar la región con Líbano como uno de los puntos focales. El poder de Hezbollah (Partido de Dios) se acrecienta día a día –una organización creada, financiada y direccionada con objetivos diversos por Irán– con un brazo político y representación en el Parlamento y otro primigenio como es su brazo militar. Un tema que no es menor para Líbano, ya que Hezbollah está incluido en la lista de terroristas por algunos estados, prohibidas sus actividades en Alemania y acusado de operar como un "estado dentro de un estado". Su brazo armado es más poderoso que el Ejército libanés y el político lidera un bloque que domina el gabinete, mientras que su experiencia no se ha maximizado al involucrarse en las guerras en Siria e Irak.

Estos vectores y su frontera al sur con Israel lo sitúan en un margen de vulnerabilidad mayor. Naciones Unidas denuncia y condena las violaciones diarias de los israelíes al espacio aéreo del Líbano y reclama el "cese inmediato" de esos vuelos, registrando 550 transgresiones aéreas que fueron realizadas mediante drones. En el resto estuvieron involucrados aviones de combate u otros no identificados. Estas violaciones infringen la resolución 1701 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas prevista para resolver el conflicto de 2006 entre Israel y Líbano.

Es por todo ello que Líbano en la actualidad es un país muy vulnerable, pero sigue enarbolando su espíritu de resiliencia demostrado a través de la historia. Quizás con COVID-19 y default incluido pueda seguir siendo el llamado Ave Fénix del Mediterráneo.

 

(*) Karen Marón, Miembro del Comité de Medio Oriente de CARI. Corresponsal en zonas de conflicto y post-conflicto en Oriente Medio, África del Norte y LATAM. TOP 100 Corresponsales más Influyentes del Mundo en la Cobertura de Conflictos Armados (AOAV). Analista en Geopolítica