Rusia y Bielorrusia: enfoques diferentes frente al Coronavirus, con relativo impacto político

Por Lila Roldán Vázquez, 30 de junio de 2020

Vecinas, socias, con cultura, historia e idioma comunes, la Federación Rusa y Bielorrusia (la "Rusia blanca") son frecuentemente identificadas como países pertenecientes a una misma idiosincrasia e idéntica cultura política. Se perciben sin embargo algunos matices, en particular luego de la disolución de la Unión Soviética, de la cual ambos países formaban parte.

Si bien las comparaciones son difíciles, dadas las substanciales diferencias en territorio, población, dimensión económica y situación geopolítica existentes entre los dos países, la comunidad (y, por otro lado, la discrepancia) de intereses entre Rusia y Bielorrusia, permiten hacer algunas observaciones que tienen, eventualmente, incidencia en un marco geopolítico más amplio.

Aunque Bielorrusia es considerado el socio más fiel de la Federación Rusa, con una significativa dependencia energética y comercial, en los últimos tiempos han surgido ciertas tensiones, dada la resistencia del primero a una completa absorción por el gran vecino. En el campo energético, Belarús explora alternativas al petróleo ruso por las rutas de los Bálticos y de Ucrania. En el campo político, se resiste a la iniciativa rusa de conformar una "confederación" que incluiría la actual Federación Rusa y Bielorrusia.

En cuanto al derrotero político que ambos países siguieron después de la caída de la Unión Soviética, Bielorrusia mantuvo hasta ahora un régimen autoritario encarnado prácticamente en una sola persona: Alexander Lukashenko, quien fue elegido Presidente a sólo tres años de la debacle soviética y se apresta a competir por su sexto mandato.  Durante los años 2000, se conoció a Lukashenko como "el último dictador de Europa", lo que le valió sanciones y el aislamiento internacional, particularmente de parte de la Unión Europea. En el caso de Rusia, ha habido una mayor "alternancia" en la jefatura del Gobierno, aunque también con el mantenimiento de la misma cúpula de poder.

En una nueva coincidencia entre ambos países, la pandemia derivada del Covid-19 los sorprendió en situaciones de política interna enmarcadas en sendos panoramas electorales que se traducen, en el caso de Bielorrusia, en elecciones generales previstas el 9 de agosto próximo; y en el caso de Rusia, en la celebración de un referendum -fijado originalmente para el 22 de abril y pospuesto al 1ro. de julio venidero- para definir cambios constitucionales que permitirían uno, o dos, nuevos mandatos para el Presidente Vladimir Putin.

Otra coincidencia: ambos Presidentes decidieron cambios de envergadura en sus equipos en los meses previos a los respectivos comicios: en Rusia asumió Mikhail Mishustin como nuevo Primer Ministro el 16 de enero de 2020, en tanto que en Bielorrusia, el 3 de junio Lukashenko anunció la destitución de todo su gabinete.

Según cifras de la Universidad Johns Hopkins, al 25 de junio se registraron en la Federación Rusa 619.936 casos de Coronavirus (sobre 144,5 millones de habitantes) en tanto que a la misma fecha se contabilizaron 60.713 casos en Bielorrusia (sobre 9,48 millones de habitantes).

Las reacciones de ambos gobernantes frente al Coronavirus fueron muy distintas: en tanto en Rusia se decretaba -aunque con cierto retardo- el confinamiento de la población y la suspensión de todas las actividades con concentraciones populares, incluida la celebración, como vimos, del referendum constitucional y la conmemoración de una fecha importantísima para el pueblo ruso: el día de la Victoria (9 de mayo), en Bielorrusia no se tomaron medidas de aislamiento de ningún tipo.

Lukashenko desestimó la importancia de la pandemia y autorizó la celebración de torneos de fútbol, conciertos populares y todo tipo de actividades públicas. Fue el único país de Europa que no cerró sus fronteras ni limitó actividades. En su opinión, el virus podría curarse "tomando un baño sauna o consumiendo mucho vodka".

En Rusia, durante la pandemia se registró la cifra más baja de popularidad del Presidente Putin desde el año 2000: sólo el 59% de la población apoyaría su reelección. Ello se explica no sólo por un eventual descontento de la ciudadanía con su manejo inicial de la crisis (Putin estuvo prácticamente ausente), sino -sobre todo- por una situación económica en declive, agravada por los bajos precios del petróleo y a las aspiraciones de cambio de buena parte de la sociedad.

Sin embargo, ese descenso en las encuestas no implica necesariamente que el resultado del referendum se altere de manera significativa, por varias razones: no existe una oposición bien organizada que pueda influir de manera decisiva en el resultado de la compulsa; los cambios propuestos en el referendum incluyen, en adición a modificaciones en los términos del mandato presidencial y forma de gobierno, medidas como el salario mínimo no inferior al mínimo de subsistencia, o la movilidad de las jubilaciones, que gozan del apoyo popular; y, por último, no siempre la evaluación de los resultados electorales en Rusia corresponde a los estándares occidentales.

En Bielorrusia, si bien han surgido algunos candidatos de oposición -incluso entre representantes de la élite gobernante o empresarial, como Viktor Babaryko o Valery Tsapkalo- y los índices de aprobación del Presidente Lukashenko han descendido significativamente, el férreo control de la oposición y de la maquinaria electoral tradicionalmente practicado en el país no permite predecir un cambio substancial de gobierno en el corto plazo: el principal rival de Lukashenko, Babaryko, fue detenido el 18 de junio acusado de malversación de activos, a menos de 60 días de los comicios, aunque ha sido autorizado a participar en las elecciones.

La escritora Svetlana Alekseievich, premio Nobel de Literatura, se refiere a su país de adopción, Bielorrusia, como una "sociedad durmiente": "La sociedad no está entrenada para la independencia, ni para la crítica… la sociedad civil es apenas un embrión".

Se comprobaría así, en estos dos casos, el fenómeno que se observa en el conjunto de la escena internacional: el Covid-19 no alterará fundamentalmente el curso de la historia, sino que sólo deja al descubierto, y en algunos casos acentúa, las tendencias y conflictos socio-políticos preexistentes.

Lila Roldán Vázquez, Embajador, Miembro Consejero del C.A.R.I.