Años atrás, caminaba en la cancha de golf con un empresario chino muy importante cuando de pronto apareció un hornbill, un pájaro notable por su belleza. Me llamó la atención porque es una especie nativa de la isla de Borneo, muy raro de ver en la península malaya. Le comenté a mi compañero de juego la presencia del ave y le señalé su notable belleza. Me respondió: "Los occidentales se fijan en la belleza del animal, nosotros nos preguntamos cómo se comerá".
Años de sufrimiento forjaron en el pueblo chino varias cuestiones; en primer lugar, la cuestión del alimento; en segundo término, la cuestión del ahorro interno como precaución para la época de vacas flacas. Y, siguiendo, la cohesión grupal como forma de enfrentar cualquier adversidad; el funcionamiento en redes, que es su gran ventaja; y, por fin, la cuestión del orden, ya que entienden que en el caos nadie se beneficia.
China, por más que a Occidente le cueste entenderlo, no es una sociedad liberal. La influencia de Confucio es profunda, se trata de una sociedad jerárquica; la autoridad del que gobierna es marcada, y con el poder no se juega.
China encarna una cultura y una civilización milenarias que merecen nuestro respeto. Y en función de este respeto es que debemos tratar de evitar el uso, muchas veces reflejo, de términos descalificatorios como "dictadura" cuando nos referimos a su forma de gobierno y de organización política.
Lo importante es entender que la República Popular tiene un gobierno legítimo. En Occidente, la legitimidad se consigue con el voto, en tanto que en China la performance del gobernante de turno es fundamental para su aceptación por la sociedad.
Resulta curioso que las sociedades occidentales, construidas en base a la igualdad, sean a menudo mucho más desiguales que las sociedades asiáticas, en las que la preocupación por la pobreza es permanente.
La emergencia de la RPCH genera una disrupción pocas veces experimentada en la historia mundial. Esa emergencia tan notoria es entendida como un desafío a la potencia dominante, que trata por todos los medios de impedir o ralentizar la importancia del nuevo competidor.
Se usa un sinnúmero de argumentos para desacreditar al emergente, a su sistema político; se habla del "virus chino" y se lo imputa del desastre. Hoy, con la tecnología de la comunicación es mucho más sencillo fabricar y divulgar historias para desprestigiar. Pero lo importante es comprender que ésta no es una competencia ideológica, sino una competencia de poder.
Si la República Popular fuera un país basado en un sistema de gobierno liberal, al desafiar con su emergencia al poder constituido, también sería cuestionada. No hay que olvidar que EE.UU. esperó a que el Reino Unido de Gran Bretaña se desangrara antes de brindarle su ayuda para derrotar a Alemania en la Segunda Guerra Mundial.
Graham Allison, en su libro "La Trampa de Thucydides", nos cuenta que hubo dieciséis ocasiones en las que el poder de turno fue cuestionado por el surgimiento de otro nuevo. Doce veces se resolvió con guerra, dato histórico que me lleva a hacer votos para que comprendamos la gravedad del momento actual. Ambos contendientes poseen armas nucleares y son actores definitivos en el funcionamiento de la economía mundial. Es este un momento para abstenernos de hacer locuras y contribuir con racionalidad y sensatez a procurarle a esta rivalidad una solución amigable y pacífica.
(*) Exembajador argentino en Singapur y Malasia
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