Cuando pensamos en el Mercosur se nos vienen a la cabeza imagenes de camiones cruzando la frontera. Pero si bien el comercio juega un rol central a la hora de explicar la importancia del bloque regional, no es, en mi opinión, el principal motivo que lo justifica. El principal motivo es la necesidad de preservar y fortalecer la relación estratégica entre la Argentina y Brasil.
La relación entre los dos mayores países de América del Sur no siempre fue fácil. Recordemos que durante décadas la competencia estratégica entre la Argentina y Brasil nos llevó a desarrollar planes para un eventual conflicto militar. En los organismos internacionales solíamos respaldar diferentes posturas y candidatos, y la falta de confianza impidió que se desarrollaran obras de infraestructura y que se incrementaran sustancialmente (como venía pasando en Europa y en otras regiones) el intercambio comercial y de inversiones. Pero todo esto comenzó a cambiar a fines de 1970 para finalmente consolidarse durante las presidencias de Raúl Alfonsín y de Carlos Menem.
Los resultados de este acercamiento fueron sumamente positivos. No solo se comenzó a colaborar en el ámbito nuclear, dejando los programas militares detrás, sino que nos dejamos de ver como rivales. Brasilia, por otra parte, también comenzó a apoyar varias de nuestras causas diplomáticas. Y es en este marco que debemos entender al Mercosur, un acuerdo que en un principio logró impulsar fuertemente el comercio y las inversiones.
Sin embargo, durante las últimas dos décadas la integración económica perdió fuerza. La unión aduanera se mostró poco efectiva como método de integración. No solo los países tendieron a cambiar sus políticas comerciales de manera arbitraria, sino que no se hizo suficiente para compensar a los países (principalmente Paraguay y Uruguay) que se vieron perjudicados por las asimetrías y el desvío de comercio. Faltó, en definitiva, colaboración. Mientras tanto, gran parte del mundo avanzaba rápidamente en la firma de una extensa red de acuerdos económicos que les permitirían incrementar su productividad y volverse más competitivos.
El Mercosur y la relación entre Buenos Aires y Brasilia también empezaron a perder centralidad en la región. Por el contrario, otro tipo de proyectos ganaron mayor impulso. Los gobiernos progresistas impulsarían a principios de siglo al Unasur, mientras que más tarde los liberales pusieron sus energías detrás de la conformación del Prosur.
Y esto nos lleva al presente y a una situación de desconfianza sumamente peligrosa. Existen por lo menos dos motivos que explican el escenario actual. El primero tiene que ver con la creciente ideologización de la política exterior en la región. Este proceso sentó las bases para que, ahora, al tener en Brasilia y en Buenos Aires gobiernos de signo ideológico marcadamente distinto, las relaciones entre los socios se debiliten. No solo Alberto Fernández y Jair Bolsonaro no han tenido una reunión, sino que ambos presidentes han apoyado a los rivales domésticos del otro. Este tipo de actitudes generan una serie de rispideces que luego resultan muy difíciles de superar.
La segunda razón es que la estrategia comercial de la Argentina parece diferir de la de sus vecinos. El aparente rechazo a abrir la economía por parte de nuestro país dificulta la firma del acuerdo estratégico con la Unión Europea. Y dado que nuestros vecinos ya señalaron que tienen como prioridad este tipo de tratados, hoy existe la posibilidad de que el Mercosur, y la alianza estratégica con Brasil, lleguen a su fin.
Resulta necesario tomar consciencia sobre las implicancias que este acontecimiento tendría para nuestros intereses. Efectivamente, de suceder esto, no solo nos distanciaríamos de nuestros vecinos, sino que, al alcanzar estos acuerdos con las grandes potencias, perderíamos influencia económica y política. Terminaríamos siendo un Estado menos relevante.
Tampoco debemos olvidar que el mundo está cambiando. El sistema unipolar y liberal que se afianzó con la caída del Muro de Berlín parece estar dando paso a otro en donde los nacionalismos y la competencia estratégica entre China y Estados Unidos ganan cada día mayor terreno. Si no coordinamos algunos temas centrales de nuestra política exterior con Brasil, corremos el riesgo de que cada uno se alinee con una potencia diferente. La consecuencia sería un retorno de la conflictividad interestatal.
¿Qué podemos hacer para revertir el deterioro de las relaciones? Para empezar, tanto los gobiernos de Brasil como de la Argentina deben esforzarse para desideologizar su política exterior. Tanto el Mercosur como la alianza estratégica deben ser vistos como una política de Estado más allá de quien gobierne en el otro país. Esta menor ideologización traerá estabilidad y certidumbre, disminuyendo así los niveles de conflictividad y brindando un horizonte más claro que también fomentará las inversiones y el comercio.
Un segundo objetivo debería ser afianzar los lazos económicos, políticos y culturales que unen a nuestros países. El intercambio empresarial y académico parece ser, por mencionar un caso, menor que dos décadas atrás. Una nueva estrategia global que busque fomentar la confianza entre nuestra dirigencia, pero también entre nuestros pueblos, sería bienvenida.
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