Si yo fuera presidente, apelaría a un nuevo acuerdo. No al new deal de Franklin Delano Roosevelt, pendiente de la sanción de leyes en el Congreso en sus primeros 100 días de gobierno, sino a un nuevo acuerdo, o a un nuevo trato, con otros presidentes. Muchos, no apenas dos o tres. Si yo fuera presidente, apelaría, también, a la seducción. Procuraría ser parte de la solución, no del problema, de modo de despojarme de rezagos de malos modales o de actitudes destempladas que podrían llevar a confundirme con un matón.