El 13 de junio pasado, fuerzas militares israelíes realizaron una serie de incursiones aéreas en territorio iraní, bombardeando objetivos vinculados a su programa de enriquecimiento de uranio. Este suceso constituye otro capítulo en el proceso de cambio del orden regional que representa, como gran coyuntura transformadora, el ataque terrorista del 7 de octubre perpetrado por Hamás. Hasta entonces, el eje ordenador regional había sido la rivalidad entre Irán y Arabia Saudita, que, con sus diversas intensidades, atravesaba las dinámicas domésticas de los países de Medio Oriente. La ofensiva que llevó adelante el grupo palestino aquel día impactó de forma tal que logró un cambio de eje: no solo la cuestión árabe-israelí volvió a ser la más relevante de la agenda regional; además, esta nueva jerarquización afectó profundamente las estrategias de cooperación y enfrentamiento en Medio Oriente. Desde entonces, el conflicto ha atravesado una serie de escaladas, entre las que se cuentan la cruenta ofensiva sobre la población civil en Gaza, las acciones contra Hezbolá y otros grupos aliados en el Líbano, algunas acciones militares puntuales en Irán, las ofensivas en Yemen y los avances en territorio sirio, especialmente desde la llegada de Ahmad Al-Sharaa al poder. En otras palabras, la guerra se regionalizó.