Testimonios académicos

Argentina en el escenario internacional

Por Felipe de la Balze.

Septiembre, 2025
Argentina en el escenario internacional

Conferencia ofrecida en el Rotary Club de Buenos Aires el día 25 de junio de 2025.

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Buenas tardes. Muchas gracias, Jorge, por tu invitación. Es un gran placer estar entre amigos. Voy a tratar de resumir en 30 minutos la escena internacional de un mundo donde reina la confusión.

Me atrevo a decir que en la actualidad todos compartimos el sentimiento de estar viviendo una situación de mareo. Estamos arriba de un barco que se mueve en medio de una tormenta y realmente nos cuesta sostenernos de pie y entender lo que está pasando. Si ustedes sienten eso, entiendan que lo sienten todos, inclusive los actores de estos cambios que están ocurriendo a nivel internacional.

Vivimos una situación que es muy difícil de explicar, muy difícil de entender y el futuro es indescifrable. A pesar de eso, voy a tratar de hacer un breve comentario sobre cuatro temas que me parecen importantes. El primer tema que quiero tratar es lo que yo llamo los conflictos históricos, que son fundamentalmente el de Ucrania y el de Medio Oriente (que no tienen nada de nuevo). Desde los tiempos de Iván el Terrible, siguiendo por Pedro el Grande, Catalina de Rusia y Stalin, Rusia ha intentado extender sus fronteras, conquistar más espacio. Esto se debe a que es un país muy vulnerable, abierto a las invasiones y que ha sufrido enormes pérdidas humanas y materiales en el pasado. No solamente por parte de Napoleón y Hitler. En el siglo XIII los mongoles conquistaron Rusia y en el siglo XVII fue gobernada por zares (“césares”) lituanos.

Entonces, es un país que se siente vulnerable y convive con una mentalidad de temor y resistencia al peligro. Esto explica esta tendencia tradicional de Rusia de tratar de establecer un imperio en las zonas vecinas a sus propias fronteras, lo que la impulsó durante los últimos años a involucrarse primero en Georgia, después en Crimea y ahora en Ucrania. Lo que estamos viendo es algo que se ha repetido periódicamente durante los últimos 700 años.

Es importante entender esto y darse cuenta de que nadie sabe cómo va a terminar esta guerra, pero que algún día va a terminar. Es mucho más fácil comenzar una guerra que terminarla. Eso es un principio genérico y se aplica al 99 % de los casos de las guerras.

En este caso puntual, los posibles intentos de alcanzar la paz conllevan costos importantes para las partes. En lo que respecta a Putin, cometió errores estratégicos grandes. Su primer error, después de invadir Ucrania, fue tratar de llegar a Kiev y no lograrlo. Dicho de otra manera: intentar tomar Kiev y fracasar. Luego replegarse y avanzar dentro de Ucrania solo 250 km en las zonas rusófilas fronterizas difícilmente pueda considerarse una victoria. Por más que en el día a día pueda dar la impresión de éxito y parezca que Rusia progresa, su performance militar dista mucho de ser brillante.

Por su parte, los ucranianos, con todas sus debilidades, pero con el apoyo de los miembros europeos de la OTAN y de los Estados Unidos, pudieron resistir y mantener el ejército ruso a raya. 

¿Se va a llegar a un acuerdo? Sí, las guerras siempre se terminan, pero no necesariamente se terminan para siempre. La historia de las guerras ha demostrado que, por lo general, los ceses del fuego, las treguas y los tratados de paz no se mantienen en el tiempo, salvo cuando se cumplen ciertas condiciones.

Piensen en la historia de Francia (conocida por muchos). Napoleón destruyó el ejército prusiano en Jena y en Austerlitz. Los alemanes esperaron 50 años, derrotaron a Francia en 1870 y llegaron a París. Formaron el Imperio Germánico en Versalles, en el famoso salón de los espejos, que tiene los grandes cuadros de las victorias francesas sobre el mundo germánico durante los siglos XVI y XVII.

Francia perdió Lorena y Alsacia, firmó un tratado y dijo: “Cumplo”. La historia francesa entre 1871 y 1914 gira alrededor del espíritu de revancha: recuperar lo que se ha perdido. Finalmente, en la Primera Guerra Mundial (1914-1918) se impone Francia. ¿Qué hacen con los alemanes? Recuperan Alsacia y Lorena, firman el Tratado de Versalles, que es un tratado muy desequilibrado, odioso en ciertas cláusulas económicas y financieras, que produce un resentimiento alemán muy grande, desencadena una hiperinflación y genera indirectamente el surgimiento del nazismo y la Segunda Guerra Mundial.

¿Cómo se termina el enfrentamiento entre franceses y alemanes que duró más de 140 años? Rendición incondicional de Alemania, Berlín completamente destruida y en 1946 12 millones de alemanes sin techo ni trabajo deambulan por las calles de su país. En otras palabras, una derrota total.

Además, pronto surge un enemigo común y, a su vez, un protector común. El enemigo era Rusia y el comunismo. ¿Y el protector común? Los Estados Unidos. Y eso hizo que una lucha de 150 años se transformara en una alianza económica y política sólida que sería el basamento de la futura integración europea.

Las guerras se terminan o por destrucción o por reconciliación. Sin destrucción completa o reconciliación genuina, no hay verdadero final. Simplemente hay que esperar la próxima vuelta.

Y como ninguno de estos dos países va a ser completamente derrotado, ni los rusos abandonarán la guerra, ni los ucranianos su ilusión de independencia, la pregunta es ¿será posible una reconciliación? ¿En qué condiciones? Bueno, los quería dejar con esa reflexión.

El tema del Medio Oriente es otro tema actual con raíces históricas. ¿Cuándo comienza el tema del Medio Oriente? Hoy recordábamos con Ubaldo Aguirre que, cuando estábamos en el Banco Mundial, él se ocupaba de Brasil y yo trabajé dos años sobre Turquía, Siria, Líbano y Omán; y yo recordaba mis largos viajes a esa región, que fueron prolongados durante esos dos años.

El Medio Oriente es un mosaico de culturas, de etnias, de religiones, de tribus, de resentimientos, de comparaciones, de odios históricos, de reconciliaciones. ¿Cuánto tiempo funcionó el Medio Oriente en un clima de relativa paz? Digamos que hasta 1918, cuando se derrumbó el Imperio otomano. El Imperio otomano, que gobernó toda esa región hasta 1918, aseguraba un cierto orden regional.

Durante 500 años, los otomanos habían gestionado para que sirios católicos no se pelearan con sirios suníes, que los suníes no se pelearan con los chiitas, que en Irak las tres comunidades preexistentes fueran tres provincias separadas: la provincia kurda, la provincia suní y la provincia chiita. Los otomanos habían perfeccionado un sistema de equilibrios que aseguraba que el Medio Oriente, con dificultades, se mantuviera como una zona más o menos ordenada.

Con la caída del Imperio otomano llegaron los protectorados francés y británico, y después apareció el petróleo, que agregó su dosis de intervención extranjera, y luego en 1948 la creación del Estado de Israel: todos acontecimientos disruptivos de los equilibrios locales y regionales.

Los protectorados no fueron muy efectivos. No sé si conocen la historia de la familia Asad, pero se la voy a contar porque viví en Damasco, Siria, en una barraca militar en esa época porque no había hoteles autorizados para los visitantes occidentales.

La familia Assad es una familia alauita. Los alauitas son una secta chiita que tiene el 5 % de la población de Siria. ¿Por qué la familia Asad se volvió tan importante? Porque el protectorado francés (mi jefe en el Banco Mundial era el hijo del antiguo gobernador francés) había llevado a la cumbre del poder en los temas de defensa y seguridad a la minoría alauita. ¿Por qué? Porque era una minoría resentida por el resto de la población. Entonces, si Francia iba a sostener una hegemonía en Siria, lo que le convenía era tener los sistemas de inteligencia, defensa y militares vigilados por una minoría que no fuera querida por el resto y que ellos pudieran controlar.

Cuando terminó el protectorado francés, después de 1945, luego de un período relativamente corto, los alauitas impusieron su primacía y los Assad con mano de hierro gobernaron el país durante varias décadas, hasta el año pasado.

Circunstancias parecidas ocurrieron en Irak. Irak estaba dividido en tres provincias otomanas: los kurdos, los chiíes y los suníes. No se entendían, entonces los manejaban separadamente. ¿Qué hizo el protectorado británico? Juntó las tres minorías en un solo país que no existe, porque cultural e históricamente Irak no existe. Son tres grupos étnica y culturalmente diferentes, y muy divididos en lo religioso.

Y, por supuesto, ¿cuál era la solución para gobernar un país independiente y tan dividido? Una mano de hierro. ¿Y cómo se llamó esa mano de hierro? Saddam Hussein. Un tipo que todos los años mataba 1000 o 2000 personas para mantener el orden, para que los chiitas, los suníes y los kurdos convivieran a pesar de todas sus divisiones y resentimientos.

Los norteamericanos llegaron, impusieron un sistema diferente y hubo una guerra civil intercomunal entre estos tres grupos donde murieron 400.000 personas entre los años 2003 y el 2011. Saddam era un carnicero que manejaba con un puño las diferencias, pero mantenía el orden. La ocupación extranjera generó caos y un conflicto intercomunal tremendo.

Lo que estamos viendo en el Medio Oriente es algo que viene desde hace mucho tiempo, que se origina en la diversidad cultural, étnica y religiosa de la región. Es una zona disgregada, fragmentada, donde, además, la creación de Israel en el año 1948 agregó una dimensión adicional de resentimiento en los palestinos.

¿Cuál es la situación actual? La situación actual es que hay un país que es mucho más importante que el resto: Irán, que tiene 90 millones de habitantes. El segundo país más poblado es Turquía, que no se mete en estas cuestiones, y después Arabia Saudita con 40 millones.

Irán –que son persas no árabes, son otra etnia y son chiitas, no suníes– quiere imponer su primacía en la región. ¿Y cómo lo hace? Organizando una serie de movimientos, paramilitares/políticos, como Hamas en Palestina, como Hezbollah en el Líbano, como los hutíes en Yemen, que le sirven de largo brazo para poder mover el piso y hacer campañas en contra de Israel, de los Estados Unidos y de los demás países árabes de la región.

La segunda cosa que hacen: los iraníes se han vuelto antiisraelitas. Los persas no eran antiisraelitas. El Shah de Irán era aliado de Israel. ¿Por qué son antiisraelitas? Porque les permite convencer al resto de los árabes que los apoyen, no por convicción profunda, sino por conveniencia política.

Cuentan con los movimientos paramilitares ya mencionados, una movilización política, psicológica muy importante en contra de Israel y se han propuesto construir el arma nuclear, deseo que estaba obviamente cerca de realizarse. El choque militar reciente entre Irán, Israel y los Estados Unidos era un hecho que se podía prever, que ha sido ampliamente discutido durante los últimos años: iba a ocurrir en algún momento, y sucedió.

Ahora hay una tregua. ¿Durará semanas, meses? Si vamos por lo que sabemos del Medio Oriente, la tregua no va a ser muy sólida ni muy duradera, salvo que haya una reconciliación profunda –lo cual requiere reconocer los derechos de Irán de ser una potencia regional importante, y eso irrita a Arabia Saudita y a los emiratos del Golfo–. Además, requeriría que Israel decida que Irán no es un peligro para su supervivencia y que a Irán le levanten todas las sanciones que Occidente le ha impuesto durante las últimas décadas. Sin eso, Irán no aceptará un arreglo definitivo.

Como dije antes, los países llegan a treguas o a tratados de paz solo por un rato, pero dichos acuerdos no duran si no se corrigieron las causas profundas que crearon el conflicto y la tensión original.

Habiendo hecho estas dos observaciones, quiero ahora hacer un corto comentario sobre Trump y después voy al tema de fondo, que es el conflicto hegemónico entre los Estados Unidos y China, y cómo nos afecta.

Tuve la ocasión de almorzar con Wilbur Ross, que fue secretario de Comercio de Trump, hace tres meses en un club en Nueva York, en una reunión chica. Y en esa oportunidad yo le pregunté: “Dígame, Wilbur, ¿cómo es Trump?”. Y él me dijo: “Mire, Trump es un hombre muy inteligente, muy pragmático, pero he is a little bit...” (hizo un gesto con la mano). Quiso decir, un poquito tocado o excéntrico. Pero no olvidemos que también mencionó que es “inteligente” y “pragmático”.

Segundo ítem para remarcar: Trump llega esta vez al gobierno con una preparación que no tuvo durante su primer tour. Durante su primera presidencia, era un hombre de negocios que llegó al poder sin entender cómo funcionaba la política, ni cómo funcionaba Washington, ni cómo funcionaban los temas de gobernanza en los Estados Unidos.

¡Ahora llega al poder con ideas muchísimo más claras de cómo funcionan las cosas y quiere hacer una revolución! Lo que está ocurriendo es sorprendente.

Les voy a contar algunas cosas para que ustedes midan por qué es sorprendente. En los temas económicos, creo que todos sabemos, Trump se propone bajar los impuestos, desregular la economía. Por ejemplo, ayer anunciaron que iban a liberalizar y a privatizar 10 millones de hectáreas que estaban bajo la tutela de comunidades indígenas en diferentes partes de los Estados Unidos para que sean usadas productivamente. No 100.000 hectáreas: 10 millones de hectáreas que cubren una porción importante de la campiña americana.

Otro tema importante para destacar es que le da una gran importancia al sector energético, especialmente a los combustibles fósiles. Su objetivo es reducir los costos de energía para la industria. Quiere el desarrollo de las manufacturas a través de una política arancelaria proteccionista y activista. Simultáneamente, quiere achicar el aparato estatal y sus costos. De ahí surgen las iniciativas que tuvo el señor Elon Musk de implementar lo que llaman DOGE.

Por un lado, tiene un programa económico que es “ofertista”, que puede generar entusiasmo y mayor crecimiento económico en el sector privado. Pero, por otro lado, conlleva, al menos inicialmente, un mayor déficit fiscal y un riesgo de mayor inflación, lo que produce cierta preocupación en los mercados financieros.

El segundo tema importante de Trump es lo que yo llamaría luchar contra la inmigración ilegal descontrolada. Durante el gobierno de Biden, entraron a los Estados Unidos de forma ilegal 10 millones de personas. Según la gente que rodea a Trump, podrían ser 18 millones. Pero digamos que son 10. Dense cuenta de lo que significa 10 millones de inmigrantes ilegales en cuatro años. Por alguna razón, muchos norteamericanos votaron a favor de Trump.

Lo que ha hecho es cerrar la frontera con México. Durante los últimos 4 años, se estima que pasaban por mes unas 200.000 personas de México a los Estados Unidos. Ahora se redujo a menos de 3000 personas por mes. Además, generó un temor muy grande en los inmigrantes ilegales que ya viven en los Estados Unidos. Esto hace que la gente no quiera ingresar a los Estados Unidos por el riesgo de ser deportados. Obviamente, esa no es la solución de largo plazo. No se puede deportar a 10 millones de personas. En algún momento habrá una amnistía.

Pero lo que ha generado es un gigantesco temor en los potenciales inmigrantes ilegales de que es riesgoso ir a los Estados Unidos porque por ahí te mandan a El Salvador, a una cárcel donde te cortan el pelo, te esposan y te dicen que no podés salir. Y eso ha hecho que se redujera dramáticamente la inmigración ilegal, lo cual es un éxito formidable, medido en términos del objetivo de restringir la inmigración ilegal.

El tercer tema importante de Trump es el proyecto que está llevando adelante Robert Kennedy, lo que ellos llaman el “MAHA” (Make America Healthy Again). En esta reunión hay varios médicos, amigos míos o conocidos de mi padre.

Es muy interesante lo que están proponiendo. Ellos dicen que, en la actualidad, el 45 % de los americanos son obesos, mientras que en el año 1950 no eran más que el 15 %. Además, aseguran que las enfermedades crónicas se han multiplicado en los niños y en los adultos masivamente en los últimos 40 años y que esto es resultado fundamentalmente de la mala alimentación: la comida basura, las toxinas en el agua, las toxinas químicas, pero fundamentalmente por el consumo masivo de comida “chatarra”. Hay que reducir la grasa y el azúcar. Hay que cambiar la dieta. Hay que enfrentar a las compañías alimenticias (que son grandes y poderosas) y convencerlas para que saquen los colorantes y los elementos que utilizan para darles atractivo con azúcar u otros productos químicos a las comidas, porque eso es lo que realmente está estropeando la salud de los americanos.

Bueno, esa campaña es muy popular no solamente con la derecha, sino también con la izquierda. Ganó popularidad porque la gente está convencida de que ha habido un deterioro muy grande en la salud, en el estado sanitario de la población y que está relacionado, aunque no se sepa exactamente cómo, con la alimentación, con la comida basura que se consume diariamente.

El cuarto tema que quería tocar de la revolución Trump es el antiwokismo. ¿Qué es el antiwokismo para Trump? ¿Qué es lo que está haciendo? Primero, está luchando contra el feminismo radical extremo. Por ejemplo, el lenguaje inclusivo. El lenguaje inclusivo no se puede utilizar más en las escuelas. Usted lo puede usar en su casa para comunicarse con un amigo, pero las escuelas no pueden enseñar con lenguaje inclusivo, tienen que hacerlo con el lenguaje común conocido. Lo mismo con respecto a otros temas de género extremos y raciales extremos. Hay una decisión de enfrentar estos temas con medidas legales y con restricciones al financiamiento del Estado a dichas actividades. En la visión de Trump, el Estado no debe ayudar a promover cosas que la mayoría de la población consideraría extremas o radicales en temas de feminismo, género y raza.

También está el tema de las universidades. Yo sé que hay muchos que han estudiado en el exterior. Yo estudié en Princeton, así que es un tema que conocemos muchos de los presentes. Si uno mira el presupuesto de Harvard, que salió a la luz ahora –yo no lo sabía, pero lo mismo pasa en Princeton, lo mismo pasa en Cornell, etc.–, el 60-70 % de los fondos los provee directa o indirectamente el Estado. El 50 % son donaciones, contratos o subsidios a la investigación o al desarrollo de ciertas áreas. Un 25 % del gasto lo pagan los “endowments” de las Universidades, que son grandes en los Estados Unidos. El de Harvard tiene más de 70.000 millones de dólares.  

El 25 % adicional lo pagan los aranceles de los estudiantes. Ahora, en los Estados Unidos los aranceles de los estudiantes americanos son a menudo financiados con créditos de los bancos privados, cuyo pago está garantizado por el gobierno. Periódicamente, hay una declaración de moratoria de los préstamos impagos y el gobierno se hace responsable de pagar dichos créditos. La última moratoria declarada por el presidente Biden fue por USD 50.000 millones. Al final de cuentas, quizás aproximadamente el 70 % de lo que gastan las grandes universidades lo provee el gobierno.

Entonces, ¿qué es lo que les critican? En primer lugar, está el tema del antisemitismo prevalente en algunos claustros. En segundo lugar, el excesivo número de estudiantes extranjeros. Casi el 30 % de los estudiantes en Harvard o en Princeton son extranjeros. En Columbia, más del 40 %. En mi época, el porcentaje que representaban oscilaba entre el 8 % y el 10 %. Entonces Trump –que tiene una faceta populista y antielitista– declara: “Nosotros queremos que las mejores universidades abran sus puertas a los jóvenes norteamericanos y, si no aceptan esto, le vamos a dar la plata a las escuelas vocacionales”.

El tercer tema son los procedimientos de admisión. Mediante un sistema de cupos se definía quiénes eran admitidos. Si uno era parte de un grupo beneficiado, se le daba una primacía que no se basaba en el mérito, sino en ese cupo. Bueno, Trump dice que eso es ilegal y la Corte Suprema lo confirmó.

El cuarto punto son los profesores. La vida universitaria se ha politizado al extremo y varias encuestas indican que, en promedio, un 30-35 % de los profesores son de izquierda radical. Un 30 % son de izquierda más moderada (liberal), un 30 % son independientes sin partido y un 5 % son conservadores. Las universidades americanas se han radicalizado en los temas de cultura y en los temas políticos/ideológicos en los últimos años, y se han transformado en críticas de muchos sectores de la sociedad.

Por supuesto que la mayoría de mis conocidos en Nueva York o en Washington, donde viví muchos años, lo critican a Trump, pero las personas del campo o las personas que trabajan en una industria dicen: “¿Por qué se financia a los ricos con todos estos estudios cuando a mi hijo no le financian el entrenamiento para manejar un tractor o para aprender a instalar bulones, etcétera, etcétera?”.

El otro tema importante –acá hay muchos abogados– quizás les sorprenda. Es el conflicto de la administración Trump con los grandes estudios de abogados. La administración Trump enfrentó a los más grandes estudios de abogados: Sullivan & Cromwell, Cleary Gottlieb, Paul Weiss, entre otros. ¿Por qué? Porque todos tenían lo que se llaman programas pro bono. Son programas que los estudios jurídicos promueven para beneficiar causas sociales o públicas, en las cuales los abogados del estudio trabajan sin cobrar. Claro, desafortunadamente, las causas que adoptaban mayoritariamente eran las de transgéneros, o las de estudiantes que habían sido echados por atropellos o inmigrantes ilegales que habían estado supuestamente implicados en actos criminales. En la opinión de la administración Trump, la mayoría del trabajo pro bono de los grandes estudios era un trabajo de orientación muy woke.

Entonces, lo que está negociando Trump, en general con éxito, es que el trabajo pro bono se haga de una forma más balanceada y que se ocupen no solamente problemas de género o sexuales o de racismo, sino que también se incluyan otros temas socialmente importantes que no están siendo defendidos. El Estado los acusa fundamentalmente de utilizar su capacidad legal para beneficiar causas que no son vistas por la mayoría de los que votaron al gobierno de Trump y que, obviamente, son socialmente divisivas. Es una revolución judicial importante. Algunos de los grandes estudios que se opusieron han llevado su caso a la Corte Suprema y esta va a resolver muy próximamente.

Luego de haber hablado del Medio Oriente, de Ucrania y de las políticas internas de Trump, ahora quisiera ir al tema de fondo.

Lo que nos interesa es Argentina. ¿Por qué no nos interesa demasiado el tema de Rusia y Ucrania? ¿Cuánto le exportamos promedio a Rusia durante los últimos 20 años? Quizás 800 millones de dólares por año. ¿Y cuánto nos exportaban los rusos a nosotros? ¿Y qué nos exportaban? Fertilizantes y algunos equipos pesados. Siempre tuvimos superávit con Rusia, pero el comercio bilateral es modesto y las inversiones recíprocas muy bajas. Entonces, si Rusia y Ucrania desaparecen del mapa, lo vamos a sentir muchísimo, pero las consecuencias para la Argentina son secundarias.

Lo mismo con el tema del Medio Oriente. El tema del Medio Oriente nos puede preocupar por temas personales, por temas familiares, por temas de relacionamiento personal. A la Argentina le conviene que el Medio Oriente esté ordenado y sea pacífico. Son países que importan y podrían importar mucho más de nosotros. Por ejemplo, los principales compradores de yerba mate son los sirios. Siempre le hemos exportado mucho a Egipto, Arabia Saudita, Israel y a Irán, antes de que ocurrieran los atentados terroristas durante la década de 1990. El tema del Medio Oriente, si bien es más importante para nosotros que el tema de Ucrania y Rusia por las connotaciones personales y comerciales que tiene, tampoco tiene la relevancia del conflicto hegemónico entre China y los Estados Unidos.

Ese conflicto tiene consecuencias internacionales muy importantes porque afecta la forma en que está organizado el comercio internacional, las cadenas de producción y valor, la seguridad y la política mundial. Es un cambio de paradigma de organización del mundo. Dejamos atrás una cierta organización del orden internacional y ahora el sistema está en transición, y no sabemos bien cómo va a ser el futuro.

La principal causa fue el surgimiento de China. Pero el surgimiento de China es la mitad de la historia. La otra mitad es la respuesta nacionalista de los Estados Unidos al surgimiento de China. Quizás más importante, porque el surgimiento de China lo vislumbramos desde hace 30 años. La reacción nacionalista de los Estados Unidos –el “America First”, el “Make America Great Again”, inclusive las políticas de Biden– representan un intento serio de recalibrar y reposicionar la postura comercial, militar y política de los Estados Unidos en el escenario mundial.

Los Estados Unidos tuvieron éxito con la reestructuración de la OTAN. “Hoy” los países europeos miembros de la OTAN y Canadá votaron por aumentar el gasto militar –al cual se resistían ferozmente– del 2 % al 5 % del PBI en un período de 8 años. Trump se impuso. Digamos que no les quedó otra alternativa.

De lo que estamos hablando realmente, es de un recalibrado de la posición de los Estados Unidos en el mundo. Es muy importante entender qué es un recalibrado. Cuando yo tengo un competidor muy grande –muchos de ustedes son empresarios–, hay dos formas de enfrentar la situación: enfrentarlo como siempre o reposicionarse. Y lo que Estados Unidos está haciendo en el campo económico, en el campo tecnológico, en el campo industrial y en el campo militar es reposicionarse. Y para eso, ¿qué negocia con sus aliados? Que gasten más en defensa. Sea Europa, o Japón o Corea, gasten más. “Nosotros los vamos a seguir apoyando, pero ustedes tienen que gastar mucho más. ¿Por qué? Para que yo tenga plata para poder enfrentar el desafío chino”.

Con respecto al tema económico y comercial, los acuerdos comerciales que teníamos eran asimétricos. Los Estados Unidos tenían importaciones de automóviles de Europa que pagaban el 2 % de arancel y los europeos a los Estados Unidos le cargaban el 10 % de arancel. ¿Por qué? Porque existió la Guerra Fría y los Estados Unidos querían desarrollar la relación con Europa y consolidar a los países europeos para que no se volvieran comunistas, para que fueran aliados geopolíticos confiables. Eso también está en la mesa de negociación donde Estados Unidos renegocia aranceles, las condiciones de trato comercial, del patrón comercio que ha regido la economía mundial durante los últimos 40 años.

La OMC está perdiendo identidad y fortaleza. El fundamento de la OMC es una regla que se llama “la cláusula de la extensión de la nación más favorecida”. Lo que yo acuerdo con Jorge Kogan sentado en la primera mesa, si nos ponemos de acuerdo, lo tengo que automáticamente extender al resto de los socios presentes. Bueno, con las medidas que se están discutiendo ahora –mercantilistas, suba de aranceles, nuevas barreras–, los fundamentos de funcionamiento de la OMC están profundamente debilitados y fragilizados. Estamos entrando en un mundo muy diferente al anterior, y entender cómo insertarse en esta nueva dinámica es el desafío más grande que enfrenta la política comercial argentina.

¿Cuáles son los tres grandes desafíos que tiene Argentina en su política exterior? En mi opinión, primero, posicionarse correctamente en el conflicto entre China y los Estados Unidos. ¿Cuáles son las líneas rojas? ¿Cuál es la metodología para poder tener una relación estratégica fructífera con los Estados Unidos y, al mismo tiempo, aprovechar las oportunidades económicas que nos puede brindar China? ¿Cómo hacerlo? No si hay que hacerlo, sino ¿cómo hacerlo? ¿Ustedes vieron esto analizado? Yo no lo veo muy discutido.

El segundo tema es cómo comenzamos a operar internacionalmente en un mundo donde la globalización se está fragmentando, donde se comienzan a crear esferas de influencia, bloques, sistemas de preferencias. ¿Cómo funcionamos en ese mundo? ¿Cómo exportamos? ¿A quién le exportamos? ¿Cómo importamos? ¿A quién le ofrecemos y quién nos otorga preferencias? 

El tercer tema es la integración regional. La integración regional está amenazada por dos problemas. El problema primero es que la integración regional ha sido sustituida por la “politiquería” regional. Hoy en día el presidente de Ecuador no se habla con el presidente de Colombia porque uno es de derecha y el otro de izquierda. La ideología ha transformado y ha debilitado profundamente la integración regional.

No sucede lo mismo en Europa o en África o en Asia. En Asia, países con gobiernos comunistas/capitalistas como Vietnam y Laos y Camboya negocian y conversan productivamente con Tailandia y Malasia, que son países capitalistas, a pesar de las diferencias ideológicas que tienen.

La integración de América del Sur se ha convertido en un campo de batalla político-ideológico. Se proyecta la disputa política interna hacia la política regional y se fragiliza y debilita la integración entre vecinos. Y eso nos dificulta enormemente algo que siempre fue importante, pero ahora, en el mundo que se viene, es más importante que nunca: la integración regional. Cómo eliminar la ideología y el partidismo de las relaciones bilaterales y subregionales, y priorizar la integración económica, la infraestructura compartida, la cooperación comercial, tecnológica, política, etcétera.

El segundo tema es que el Mercosur no funciona. Mercosur de facto fue una delegación que le otorgó Argentina, Paraguay y Uruguay al Brasil para que tutelara y manejara la política comercial. ¿Cuál era la transacción? Ustedes manejan la política comercial porque son el más grande y, por lo tanto, son los que van a negociar mejor con los europeos, los americanos, los asiáticos, etc. Nos dan acceso a su mercado y nosotros nos incorporamos a lo que ustedes decidan, pero tomen en cuenta nuestras necesidades.

Desafortunadamente, Brasil abrió muy poco su mercado a sus socios regionales. Exportamos poco a Brasil. El mercado tiene muchísimas barreras no arancelarias. El arancel externo común no es común y está plagado de excepciones. Nunca se creó un mecanismo conjunto para resolver conflictos y la coordinación de políticas macroeconómicas brilla por su ausencia. En segundo lugar, Brasil nunca se decidió a transformar el Mercosur en una plataforma exportadora hacia el mundo. Siempre miró para adentro y, cuando negoció para afuera, lo hizo solo.

Entonces, el Mercosur terminó siendo una transacción en la cual nosotros le dimos un tutelaje a alguien, a cambio de ciertas promesas, que no ocurrieron. La mayor parte de la inversión extranjera directa fue a Brasil y el resto de los socios fuimos furgón de cola del proyecto regional. Necesitamos reorganizar el Mercosur, transformarlo en una zona de libre comercio, darle un nuevo sustento, una nueva forma de mirar y encarar las cosas.  

Para concluir, yo diría que los tres grandes desafíos son: primero, cómo insertarnos exitosamente en un mundo donde el conflicto hegemónico entre los Estados Unidos y China será marcante y de larga duración. Segundo, cómo manejar la fragmentación en marcha del proceso de globalización, y cómo volver a insertarnos en las nuevas condiciones que caractericen la economía mundial. Y tercero, crear un mecanismo de integración regional que sirva a nuestros intereses (una zona de libre comercio) y minimizar el conflicto ideológico y la politiquería en el proceso de integración regional.